Parecía un milagro, pero finalmente la tercera edición de la carrera del Padre Marcelino se llevaría a cabo. En las muchas horas previas, habían caído chuzos de punta. Agua en abundancia, cielo plomizo y amanecer poco propicio para salir de entre las sábanas y largarse en calzón corto a correr. Pero allá fui. Mientras conducía, incrédulo miraba sin cesar el penduleo continuo del limpiaparabrisas, al tiempo que sorteaba grandes charcos sobre el asfalto. ¿Dónde demonios voy? Además, tenía un sueño bestial. Antes de conseguir aparcar (toda una proeza en Granada) divisé una luz milagrosa y esperanzadora: el cielo se abría, el sol se asomaba tímidamente y un discreto azul se insinuaba entre las aún persistentes nubes.
Pues habría que correr, qué remedio. Tengo que decir que fui sin pretensión alguna, sin presión, sin cábalas sobre promedios, cambios de ritmo y estrategia alguna, a sabiendas de que mi estado de forma está aún en progreso (y es que la sombra del Maratón hispalense es muy alargada) y de que muy probablemente no haría mi mejor marca en un diez mil. Organización óptima en todos los aspectos, voluntarios por todos sitios, incluso cajones de salida (aunque hay que señalar que la gente no lo respetó en absoluto). Preveo encontrarme con algunos verdes, pero sólo asoma Onio, Gregorio y el inigualable Paco el Compae, con su séquito de seguidores al completo : Meli, Paquillo Jr-que también participaría y María; más tarde, a unos minutos de la salida, saludamos a Manolo Pedreira. Miramos hacia atrás: no divisamos ningún corredor de 2 metros, esto es, Jesús Lens no aparece; Víctor, tampoco. Casi normal, pensé.
De la carrera en sí poco contaré, no porque no haya sido mi participación más brillante, sino porque creo que es más apropiado hacer una despiadada crítica a dos sujetos, dos exponentes del mal gusto y pésima educación, dos ejemplos a erradicar del deporte y de nuestro atletismo. Estos dos impresentables emborronan el ambiente festivo que se disfruta en cualquier domingo, cuando cientos de personas madrugan para darle a la zapatilla con amplias sonrisas y buen rollo.
Me explico: hacia el km 3 llegamos al primer puesto de avituallamiento; nos encontramos con muchas botellas de agua Lanjarón dispuestas en bloque, todas juntitas, los voluntarios cruzados de brazos, sonriendo, eso sí. Había que cogerlas “a pelo”, se ve que no nos las ofrecerían. Para hacer más trágico el contratiempo, como sabréis, estas botellas llevan un precinto al abrir el tapón. Pues bien, a un “atleta” se ve que eso le supondría arruinar la marca de su vida, o la apuesta verbenera que habría hecho con su amigote, probablemente la noche anterior y con un cubata en la mano. El caso es que empezó a vociferar, maldecir, saltar como un poseso, tirar la botella al suelo con una rabia de cuadrúpedo tragabellotas y lanzar el tapón directamente a la cara de un voluntario del puesto de avituallamiento. Le increpamos, vaya que lo hicimos. Seré aún más letal con él: un auténtico pisaparques, un payaso con pinta de pato mareado que además repartía codazos mientras corría; un “deportista” que el km 6 se paró –aún maldiciendo, para luego reanudar la marcha.
El segundo no es menos merecedor de una sanción. Ahora hablamos de un auténtico corredor veterano, asiduo al Circuito Diputación, pues me sonaba su cara, un “atleta” de unos 50 años, experimentado, curtido en mil y una carreras. Pues bien, justo delante de él corría un chaval de unos 18 años con un mp3. Se ve que el zigzagueo continuo del niño lo exasperó, pues lo cogió de los hombros, le dijo que se quitase de en medio “de una puta vez, niñato, que estorbas” y le dio un meneo tremendo. Lo positivo, por decir algo, es que ambas “víctimas” reaccionaron con una frialdad y una templanza absoluta: el primero sonrió tímidamente, el segundo se quedó estupefacto, pero sereno. Sinceramente, la mirada y el rostro del chaval me hizo daño, se me clavó en el alma. Deseé coger al veterano y… Reconozco que mi ser oscuro surgió ante tanta poca vergüenza. Populares, somos corredores populares, un término que habría que explicar a más de uno. Vamos a una fiesta, y como en toda fiesta, a unos les va mejor y a otros peor. Pero esto, amigos corredores, no puede ser.
Dejando atrás la anécdota (mejor considerarla una simple anécdota), acabé la carrera con un tiempo de 40’22’’, tiempo real, diez segundos más, tiempo oficial. Satisfecho, sé que tengo que mejorar, pues puedo hacerlo mejor, pero cuando lo das todo y además asumes que no hay para más, pues todo queda en su sitio. Ahora mismo, correr a 4 minutos/km es todo cuanto puedo hacer, con muchísimo esfuerzo. Después intercambié impresiones con el incombustible Gregorio –satisfecho y contentísimo con su entrenador , y con Onio, que a pesar de su parón, se mostró feliz por su tiempo, aun sabiendo que su mejor forma aún queda lejos. No pude ver a Paco al terminar y una vez recogida la bolsa de regalos, cada uno se fue a otros menesteres. A pesar de todo, una carrera para repetir, sin duda.