“McCandless consideraba que correr era un ejercicio espiritual intenso, rayano en lo religioso […] Chris solía decirnos que pensáramos en la maldad que hay en el mundo, en el odio, y que nos imagináramos que corríamos contra las fuerzas de las tinieblas, contra un muro de maldad que impedía que rindiéramos al máximo.”
“La confusa carga que comporta la vida cotidiana –los descuidos y olvidos, las facturas sin pagar, las oportunidades perdidas, el polvo debajo del sofá, la inexorable dependencia de los genes –queda olvidada temporalmente, borrada de tus pensamientos por la arrolladora claridad de la meta”.
JON KRAKAUER, Hacia Rutas Salvajes

Preciosa. La Alhambra al alba. Los sentidos en plena ebullición.
No puedo dejar de emocionarme. Unas horas después de haber regresado de mi entreno matutino de hoy me encuentro con que el personaje principal del libro que estoy leyendo era un apasionado de correr, “una actividad que recompensa más la voluntad y la determinación que la astucia o el ingenio”. Seguramente yo jamás habría podido acometer las utópicas y temerarias empresas que Chris McCandless llevó a cabo a principios de los años 90; sin embargo intuyo que a Chris le habría gustado levantarse a las 5.30 am para subir al Llano de la Perdiz. Porque se trata de algo más trascendental que un entrenamiento o una voluntariosa e incluso tiránica rutina de un loco del correr. Es una determinación, es una búsqueda de sensaciones infinitas, es una experiencia sensorial que bien merece robar unas horas al sueño.
Cuando uno decide salir de la cama a esas horas sin ningún asunto oneroso que te obligue a hacerlo es porque detrás de la actividad en sí se esconde algo muy poderoso que trasciende lo trivial. No madrugo para hacer cuestas, mejorar mi forma o quemar los excesos gastronómicos de los últimos días. Madrugo para contemplar el mundo desde otra óptica, para entender el orden de las cosas, para convencerme de que la ciudad dos horas más tarde es una falacia. Para encontrar la belleza, el misterioso cambio de las luces del cielo.
Mientras atravieso corriendo las calles de la ciudad uno parece redescubrir callejones, avenidas y edificios. La ciudad duerme; yo la reinvento. Lugares por donde cientos de veces he transitado parecen perder su identidad. Cobran nueva vida, nuevos olores y tonalidades. Los escaparates y los rótulos languidecen, al tiempo que los caminos se iluminan. Cuanto más se adentra uno en el corazón de la ciudad, más inevitable es entender la naturaleza de McCandless: se trata de una huida, sí, pero hacia adelante, en busca de la certeza de la belleza. Cuando ya enfilo el Barranco del Abogado, siento que las luces parpadeantes que me preceden son innumerables hálitos de victoria. Me embarga una extraña felicidad que crece paulatinamente. Tras dejar atrás el cementerio de la ciudad y adentrarme por los todavía oscurísimos senderos que me conducirán al Llano, de repente tu alma se siente en paz. No hay luz física, pero tu interior parece relucir por momentos. Asciendo por el cortafuegos con un ahogado y constante jadeo, con el corazón bombeando a plena máquina, con los poros abiertos y los cuádriceps como rocas, el éxtasis está cercano.

Llano de la Perdiz. Misterioso bosque que se despereza.
A las 7am aproximadamente he alcanzado la cima. Desde allí se divisa el orden: entiendo la orografía, comprendo la ciudad, las autovías y las largas avenidas, aprecio los edificios que dos horas más tarde me resultarán horribles. Me entiendo a mí mismo. No acierto a describir lo que siento: olores, colores y sonidos imposibles de apreciar en otro momento. Desciendo, eso sí, prolongando la magia por caminos que irradian un misterio moribundo: el día despunta. Atravieso el recinto exterior de la Alhambra, con una vegetación y un frescor que seductoramente me envuelve. Regreso por una ciudad que adquiere nuevos matices, aceras y asfalto que no me reconocen. El embrujo apenas ha durado hora y media pero con una intensidad y una fuerza brutal. Todo ha terminado pero consigo reafirmar mi voluntad de repetir la experiencia todas las semanas. Solo o en compañía de Los Guerreros de la Madrugada, esto es algo que absolutamente todo corredor debería probar.