El primer test de cara al maratón, la media de Almería, fue un pequeño varapalo, pues no me acerqué a los tiempos previstos. Esta desilusión, lejos de desanimarme, me galvanizó y me hizo entrenar más duro, aún si cabe, las tres semanas que faltaban para la cita Sevillana. Con todo listo en mi cuerpo, y en mi maleta, me relajé viendo Carros de Fuego, elemento que comienza a convertirse en una tradición premaratoniana. Al día siguiente salimos Ana, Nuria, Javi y yo para Sevilla. Nada más llegar allí, nos dimos cuenta que estábamos en puertas de un gran Maratón, y es que, a pesar de no tener el nombre de otros, hay que rendirse. Sevilla tiene un maratón de primera: la organización, la infraestructura, el trazado, la información y los agasajos a los participantes son sencillamente espectaculares, y todo ello por un precio insignificante. Todo esto en boca de un malagueño, no es cualquier cosa.
Me levanté antes de que sonara el despertador, con ganas de correr y de perseguir mis objetivos. Había planificado correr a 4:25 min/km y tenía ganas de empezar. Como había dicho Víctor, 22 minutos cada
Sonó el disparo, y aquí el error de planificación de colocarnos más atrás de lo esperado tuvo dos consecuencias. La primera de ellas, más de un minuto en cruzar la meta, pero al fin y al cabo esto te lo descuentan en el tiempo oficial. La segunda consecuencia, más de un minuto y medio perdido por un atasco en el túnel de salida, y éste habría que recuperarlo. Algunos pensarán que un minuto más o menos en un maratón, tiene poca importancia, pero cuando uno tiene la planificación del ritmo tan bien estudiada esto supone un gran contratiempo. Hay una frase que dice que cuando no hay cabeza el cuerpo paga las consecuencias. En breve iba a descubrir el verdadero significado de esta afirmación.
Al abandonar el estadio pudimos comenzar a correr, en los primeros metros Daniel impuso su ritmo y se perdió entre la riada de corredores. En mi primera maratón, el Mapoma de 2008, corrí buscando sensaciones, con un objetivo, pero más preocupado en poder concluir con dignidad. Ahora y con algo de experiencia, sólo me valía hacer un tiempo, así que tras comprobar que me encontraba bien y que todo parecía estar en su sitio comencé con una rutina que mantuve durante toda la carrera: pinchaba cada Km en mi cronómetro y adecuaba el ritmo al objetivo perseguido. Esta planificación me llevó a separarme antes del Km 5 de Cristian y Víctor. Javi, al que hay que alabar su ambición y valentía en su primera atacada al maratón, compartía mis objetivos y juntos cruzamos el Guadalquivir, donde fuimos jaleados por nuestras pacientes y comprensivas parejas. Esto es algo que se agradece inmediatamente, en nuestro caso aumentando el ritmo. Decidimos que, puesto que habíamos perdido un tiempo precioso en el túnel de salida, habría que meter un Km a 4:10-4:15 de vez en cuando, con la idea de entre el Km 15 y la media maratón recuperar la planificación espacio temporal, cosa que hicimos aunque sufriendo bastante.
La dureza del entrenamiento, nos permitía poder afrontar el reto, pero notaba que tenía los músculos cansados, y desde el Km 15 el gemelo izquierdo comenzó a manifestarse como de costumbre. Decidí no hacerle caso y seguí corriendo sin más, deseando que me permitiera continuar. Sobre el Km 20, Javi comenzó a quedarse un poco atrás, no mucho, pero unos pocos metros nos iban separando. Aunque lo lamenté, puesto que habíamos corrido muy bien y cómodos juntos, animándonos y compartiendo nuestras dudas e ilusiones, decidí seguir con mi ritmo en busca de mis objetivos. Además, estaba convencido, dada su fortaleza, de que en breve estaría de nuevo allí, a mi lado, haciéndomelas pasar putas para seguirle. Al poco me quedé con un grupo que me dijeron que iban a por las 3 horas 10 minutos, así que supe que tenía que poner tierra con ellos.
Ahora comenzaba otra carrera, cruzaba la media maratón en solitario, había recuperado lo perdido por el dichoso túnel y me disponía a doblar el tiempo empelado hasta ahora. Así que nuevamente tocaba tirar de oficio, me preparé para aguantar y seguí corriendo. Entre los Km
Crucé el río por tercera vez y ahora la cosa se ponía dura de verdad. Por el Km 35 el cansancio comenzaba a hacer verdadera mella y el cuerpo me pedía bajar el ritmo. No estaba dispuesto a hacerlo, las palabras de ánimo, que Ana me dedicó antes de salir de la habitación, me servían para aguantar. Ahora era el momento de la tiranía, la tiranía de la mente sobre el cuerpo, del espíritu y la voluntad sobre lo humano, era el momento de anular las señales del cuerpo, su dolor y agonía y seguir hacia delante. En el Km 38 me encontré con Daniel, le alenté y le dije que me siguiera pero iba muy tocado y se quedó atrás.
Tras dejar a Daniel volví a cruzar el río, ya por última vez, y me dispuse a aguantar lo mejor posible los últimos Km. El dolor era insufrible, las piernas me dolían en cada una de sus terminaciones nerviosas. Mi zancada era lamentable, lanzaba las piernas con las caderas ante la rigidez de mis miembros. Esto provocaba que los tiempos se me fuesen un poco, pero sabía que tenía un poco de colchón a mi favor. A pesar de eso decidí no acomodarme y seguir intentando marcar los tiempos. El único pensamiento en mi cabeza era: no vuelvo a un maratón en mi vida, esto es una animalada, y cosas por el estilo. Al llegar al estadio vi a Ana y a los demás animándome. Si en Madrid levanté los brazos y sonreí, ahora sólo podía gritar, gritaba con angustia y sufrimiento, mi cuerpo se sublevaba por lo que le había hecho pasar. Como un loco entré chillando al túnel y me dispuse a cruzar la meta.
Lo conseguí, el sufrimiento, el dolor, los días de entrenamientos con frío y lluvia, se convertían en una marca sobre el reloj, un premio que compensaba todo lo sufrido.
3 horas 6 minutos 33 segundos de tiempo real. Objetivo conseguido.